martes, 15 de septiembre de 2009

Estelas en la mar

Las palabras también sirven para esto. Puede que, sobre todo, para esto. Puede que exclusivamente para esto.
No es ningún misterio que desde que el mono listo anda por el mundo las palabras le acompañan en los momentos mágicos. Para el mono listo un momento mágico es un instante de paz con el cuerpo, sin sueño, ni hambre, ni deseo sexual, ni cansancio. El mono listo no tiene muchos momentos mágicos en su vida pero para ellos ha diseñado, específicamente, sartas de palabras. Cuando llega un momento mágico, el mono listo se vuelve locuaz. Una nueva hambre le abate desde dentro, hambre que viene de todo su ser, salvo del cuerpo. Cuando llega un momento mágico es la hora de las palabras. Quienes sentimos esta mística atracción y pasión por el misterio de las palabras no podemos evitar sospechar que existe un profundo y ancestral vínculo entre esa parte de nuestro ser que no es cuerpo y este torpe atajo de garabatos que persiguen hacer dibujos sobre la superficie del agua. Estelas en la mar. El alma habla, para nada, o para todo, qué importa. Habla.
La palabra está allí donde florece un momento mágico. Es su abono. Su perfume. Sin palabras, los momentos mágicos serían pura sombra, humo, ceniza. Con palabras se transforman en otra cosa, no mucho más luminosa ni densa, puede que solo un poco más hermosa cuanto apenas. La palabra parece el quejido del alma ante el sabroso dolor que provoca la belleza. Un momento mágico es, sobre todo, hermoso. Quizá porque todo lo fugaz nos lo parece. Puede que porque la belleza inspira, fundamentalmente, misterio. Qué importa. Cuando escribo me recuerdo dibujando garabatos sobre la superficie del agua. Pero qué triste y oscuro todo, si no pudiera.

martes, 3 de febrero de 2009

Del amor y otros misterios




Porque lo dice el calendario, esta vez, o porque sí. Una de las dificultades de cantar al amor, de cantar el amor, en definitiva, quizá radique en el hecho de que todos, en un momento u otro, nos animamos a hacerlo. Eso conlleva un número elevadísimo de canciones de amor, a todas horas, en todas partes. Si uno las escucha con más o menos atención, y las observa, y trata de penetrarlas, descubre pronto los mismos engranajes, las mismas articulaciones, el mismo esqueleto. Somos más parecidos unos a otros de lo que estamos dispuestos a admitir, y el modo como cantamos al amor es una prueba más de ello.



Hoy os propongo un paseo por algunas voces de poetas que han cantado el amor. Puede que una de las virtudes más interesantes de los poetas sea su capacidad para alumbrar territorios vírgenes en medio de nuestros paseos cotidianos. O sea, su afán descubridor, su luz. Os presento a algunos de mis poetas, algunas de sus canciones al amor, para celebrarlo. Porque lo dice el calendario. O porque sí.

Rainer María Rilke. No es un poeta convencional. Muchos de los que le hemos leído y perseguido (incluso más allá de su poesía) no acabamos de entender del todo su capacidad de atracción. No es un poeta fácil. Ningún buen poeta lo es (y ningún poeta es bueno por no serlo). Para empezar a dialogar con él, quizá la manida Carta a un joven poeta. Leedla sin maniqueísmos ni prejuicios estéticos, con la pureza de mirada que Rilke exige siempre. Un aspirante a poeta escribe a Rilke para preguntarle si sus versos tienen valor, si debe seguir escribiendo. Un acercamiento (parcial) a su vida, en este artículo. Algunos poemas. Y una invitación indefinida a un pozo de agua siempre nueva.

Walt Whitman. Una obra única, una cumbre imprescindible. Sus Hojas de hierba, en una buena edición (¡cuidado con las traducciones de poetas extranjeros!). Una muestra. Cualquier pasaje de las Hojas: éste, o éste otro. Qué lástima el maltrato al que se le somete a menudo, incluso por parte de quienes le aman demasiado como para leerle con detenimiento.

Miguel Hernández. Poeta sencillo, ácido, caliente, trabajador de la palabra. Poeta del pueblo, de un refinamiento salvaje muy raro. Canciones de amor para desbordar las venas. Algunos poemas.

Basta por hoy. Otros invitados esperan. Lorca. Baudelaire. Vinyoli. Brecht. Shakespeare. Y tantos otros que han de venir...