martes, 3 de febrero de 2009

Del amor y otros misterios




Porque lo dice el calendario, esta vez, o porque sí. Una de las dificultades de cantar al amor, de cantar el amor, en definitiva, quizá radique en el hecho de que todos, en un momento u otro, nos animamos a hacerlo. Eso conlleva un número elevadísimo de canciones de amor, a todas horas, en todas partes. Si uno las escucha con más o menos atención, y las observa, y trata de penetrarlas, descubre pronto los mismos engranajes, las mismas articulaciones, el mismo esqueleto. Somos más parecidos unos a otros de lo que estamos dispuestos a admitir, y el modo como cantamos al amor es una prueba más de ello.



Hoy os propongo un paseo por algunas voces de poetas que han cantado el amor. Puede que una de las virtudes más interesantes de los poetas sea su capacidad para alumbrar territorios vírgenes en medio de nuestros paseos cotidianos. O sea, su afán descubridor, su luz. Os presento a algunos de mis poetas, algunas de sus canciones al amor, para celebrarlo. Porque lo dice el calendario. O porque sí.

Rainer María Rilke. No es un poeta convencional. Muchos de los que le hemos leído y perseguido (incluso más allá de su poesía) no acabamos de entender del todo su capacidad de atracción. No es un poeta fácil. Ningún buen poeta lo es (y ningún poeta es bueno por no serlo). Para empezar a dialogar con él, quizá la manida Carta a un joven poeta. Leedla sin maniqueísmos ni prejuicios estéticos, con la pureza de mirada que Rilke exige siempre. Un aspirante a poeta escribe a Rilke para preguntarle si sus versos tienen valor, si debe seguir escribiendo. Un acercamiento (parcial) a su vida, en este artículo. Algunos poemas. Y una invitación indefinida a un pozo de agua siempre nueva.

Walt Whitman. Una obra única, una cumbre imprescindible. Sus Hojas de hierba, en una buena edición (¡cuidado con las traducciones de poetas extranjeros!). Una muestra. Cualquier pasaje de las Hojas: éste, o éste otro. Qué lástima el maltrato al que se le somete a menudo, incluso por parte de quienes le aman demasiado como para leerle con detenimiento.

Miguel Hernández. Poeta sencillo, ácido, caliente, trabajador de la palabra. Poeta del pueblo, de un refinamiento salvaje muy raro. Canciones de amor para desbordar las venas. Algunos poemas.

Basta por hoy. Otros invitados esperan. Lorca. Baudelaire. Vinyoli. Brecht. Shakespeare. Y tantos otros que han de venir...



5 comentarios:

José María Buzón García - Profesor de Lengua y Literatura Castellanas dijo...

Bueno, sí, a veces se sufre. Pero también se disfruta, a veces, y se roza, solo se roza, a veces, algo parecido a la dicha. No querría en mi vida un amor que no me hiciera sufrir un poco, a veces, y dichoso, también, a veces a la vez. Ni querría un amor que pudiera entender, que pudiera explicar, o predecir, o que no se me escapara de las manos como un pescadito cada vez que intentara envasarlo. No creo que haya nada que entender. A veces sentir lo es todo, ya sea dolor o dicha. Al fin y al cabo, dolor y dicha no son más que dos caras de una misma moneda, ¿no crees?

José María Buzón García - Profesor de Lengua y Literatura Castellanas dijo...

Despedirse. ¿Habías pensado alguna vez en el significado de esta palabra? No quiero parecer banal, no me escabullo, al contrario, quiero ir al origen. Quiero llegar al fin. No a ese FIN con mayúsculas donde no hay nadie, sino ese "fin" que no existe porque es el comienzo de algo nuevo, y que es donde estamos, cada día, todos. Volvamos a empezar. Eso significa "fin".
"Despedirse" significa, según la RAE, dos cosas: una, "Hacer o decir alguna expresión de afecto o cortesía para separarse de alguien". No es el caso. La otra: "Renunciar a la esperanza de poseer o alcanzar algo". Qué definición más hermosa. Tampoco es el caso, por lo menos por mi parte.
No conozco, porque no uso jamás, ese verbo. Nunca me despido. Quizá porque, me parece, detrás del "despedirse", detrás de esa pérdida de esperanza, me parece, reside el miedo. Despedirse es caer en el desánimo, dejarse abatir por el miedo a perder algo o alguien a quien se quiere. Es más: despedirse es retirarse a uno mismo el derecho a esperar y a mantener la esperanza. Despedirse es un acto de inmensa violencia contra uno mismo. Es una rendición, una retirada antes de tiempo, un acto de cobardía, en fin. Por eso no me gusta despedirme. Y no hablo de decir las palabras de separación (primera acepción), sino de romper íntimamente el vínculo con lo que uno ama. Romper vínculos. ¿Quién soy yo para romper un vínculo? ¿Quién soy yo para crearlos? ¿Acaso no los creó la naturaleza? ¿No se crearon solos? ¿Quién soy yo para despedirme?
Quizá me engaño, pero me gusta creer que en esta vida no hay nada inevitable. O, al menos, nada que deba temerse perder. Me gusta creer que está en mi mano mantener ciertas proximidades, que no está en manos del tiempo arrebatarme lo que más quiero. No creo en la fatalidad de ver venir el fin con las manos atadas, porque no me siento con las manos atadas. No creo en el fin de nada, porque no existe más fin que la muerte (y ni eso, si lo piensas un poco). "Empecemos de nuevo": eso significa para mí "fin".
Creo en la tristeza, eso sí. Pero no la tristeza que engendra el miedo a perder algo amado, sino en la tristeza del que se resiste a caer y no está seguro de resistir; creo en la tristeza del que ama demasiado como para comprenderlo y todo le parece exagerado, y le duele hasta el roce de su sombra con los bordillos. Sí, conozco esa tristeza, y también la amo. Pero sospecho siempre de la tristeza que nace del miedo, que se adelanta al dolor para no sentir dolor, o que se aventura a desenamorarse para no sufrir un desamor. No creo en la tristeza que se refugia. Creo en la tristeza que brota, que es sincera y se mira a los ojos y dice "sé cómo te sientes: pasará".
Es cierto, tienes razón. Existe una muerte que nos rodea, que es una especie de "fin". A veces los lazos se rompen. Pero no te tortures mirando solo una parte del espectáculo: a veces los lazos se mantienen y, a veces, muchas veces, basta con querer mantenerlos. No creo en la fatalidad que se impone a los deseos de los hombres. A veces ocurre, para qué negarlo, pero muchas veces, la gran mayoría, la voluntad, si es sincera y honesta, se impone a la fatalidad. Me parece.
Lo que todos buscamos, me parece, se parece. No quisiera ser un desconocido, pero no depende de mí, no de mí solo, al menos. No quiero estar lejos de los que amo, y hago lo posible por recorrer todos los días el camino que me conduce a sus casas. No es fácil, pero cuento con su comprensión, con su paciencia, con su amor. A veces, para vencer a los demonios más horribles, basta con amar sinceramente, con agarrarse con fuerza a lo que uno ama y desear, (simplemente desear, profundamente) conservarlo.
"Despedirse" es un modo de fracasar. De rendirse. No me gusta rendirme, no al menos cuando lucho por lo que amo. No conozco el significado de la palabra "rendirse". No me considero digno de ese lujo. Si tuviera tres vidas, tal vez una la dedicaría a rendirme, a dejarme llevar por la corriente, a dejar pasar las oportunidades de querer y ser querido. Pero no tengo más que una, y me parece poco, muy poco. Es verdad, a veces siento la tentación de caer, de dejarme caer. A veces me asalta el miedo a perder a alguien y siento el impulso de empujarlo lejos para no tener que soportar lo insoportable. Pero es una tentación fugaz, porque me doy cuenta de que esa persona que temo perder todavía está aquí,de que estaría malgastando mi tiempo con esa persona, de que estaría precipitando precisamente lo que temo que ocurra.
Me gusta pensar, y quizá peco de ingenuo, que no es tan difícil conservar a quienes se ama. Basta con quererlo. A veces basta con insinuarlo. No creo en el adiós. No sé lo que significa esa palabra. Solo sé que no me gusta ver sufrir a mis amigos, que no me gusta ver a alguien que quiero sentir dolor, a tiempo o a destiempo. Sé que le podría infundir mi esperanza, mi resistencia a resignarme, pero no depende solo de mí, aunque no por eso dejaré de darlo todo.
No creo en las distancias insalvables. Creo en la palabra, y creo en la voluntad y el deseo. Creo que quiero seguir cerca, que quiero enmendar mis faltas, si las ha habido, y que quiero seguir contando contigo. "No uno ni dos, sino contar contigo" (M. Benedetti)

Existe una alegría del abismo. No es fácil describirla ni compartirla. Una alegría del reo que va al patíbulo, no por ir al patíbulo, sino por negarse a ceder sus últimos instantes a la tristeza del miedo. Una alegría de los últimos instantes. Yo creo en esa alegría, porque no concibo los "últimos instantes". Creo que los "fin" los ponemos nosotros, queriendo o sin querer, sabiendo, o sin saber. Me aterroriza dar por muerto un amor que sigue vivo. ¿A ti no? Prefiero dar por vivo un amor que lleva tiempo muerto: nunca es tarde para celebrar y festejar unas alegres exequias.
No espero que todo lo que digo sea comprensible inmediatamente. No conozco esa soberbia ni concibo tal vanidad. Me conformo con que sepas que estoy aquí, atento; que sigo cerca, y que quiero seguir cerca. Que no sé, a día de hoy, cómo lo haré, ni cómo me las ingeniaré, ni qué maquinaré. Solo sé (es todo lo que tengo) que sigo queriendo. Que sigo cerca. Y que quiero seguir, mientras tú quieras.

Anónimo dijo...

Hola... no se si seas el mismo Jose Maria Buzon que al parecer tenía un correo en hotmail que era jmbuzon(arroba)hotmail punto com

Pues hace dias abrí una cuenta con ese username,y me llega bastante correo de España para Jose Maria, entonces no sé si convenga que actualices tu lista de contactos y les envies tu nueva dirección, o si te es muy importante ese buzón no tengo ningún problema en cedertelo para que lo recuperes pues para mi es solo una direción secundaria y no te voy a pedir dinero ni nada. Me puedes contactar a esa misma dirección y charlamos. Un saludo desde Colombia,

-Javier

José María Buzón García - Profesor de Lengua y Literatura Castellanas dijo...

No lo sé. Creo que se puede engañar a la cabeza, y se puede engañar al corazón. Creo que la cabeza nos engaña casi tantas veces como nosotros a ella. Y creo que engañamos al corazón casi tanto como él a nosotros. El mundo está lleno de engaño, y nosotros estamos llenos de engaño. Sobre todo cuando se sufre. Pero el mundo se llena de cosas hermosas cuando nosotros nos llenamos de cosas hermosas. Si tuviéramos ese don de apreciar lo que tenemos, en lugar de ambicionar lo que nos falta... Si supiéramos...

José María Buzón García - Profesor de Lengua y Literatura Castellanas dijo...

Olvidar. Permíteme que te diga algo, anónimo interlocutor. ¿Crees que es posible enamorarse porque uno lo quiera? Entonces ¿qué te hace pensar que uno puede olvidar con solo quererlo? El olvido es una isla rodeada de siete océanos. Gracias a no sé quién, no podemos olvidar a placer, como no podemos amar a placer. Uno no decide a quién ama, ni a quién olvida. Afortunadamente. Uno puede querer amar, o querer olvidar, pero eso es todo. Yo te remito a Rilke, que exigió SU amor, SU olvido, SU muerte. Si te duele el amor, no lo abandones. Si te duele el olvido, siente ese dolor que es tuyo. ¿Por qué rechazamos nuestro dolor? Porque no sabemos querer al dolor. ¿Crees que es preferible el olvido al dolor? Bueno, eres libre de preferir. Nada es peor que la ausencia de todo, incluso que el dolor. Nada es peor que la ausencia de dolor. Nada. Si te duele, siéntelo, es tuyo, eres tú, doliéndote. Si estuvieras muerto o muerta no podrías lamentarte. Puede que se trate de eso, de lamentarse, de tenerse lástima por no haberte podido salir con la tuya. Quizá te queda mucho que aprender todavía, del amor, del dolor, del olvido. Nadie que ha olvidado prefiere olvidar al dolor. Nadie. A lo mejor te ha llegado el momento de aprender a mirar.